Un nuevo estudio demuestra que las ballenas barbadas comen tres veces más de lo que se estimaba, pero su papel clave en los ecosistemas marinos no depende de lo que ingieren sino de lo excretan.
Los efectos de los balleneros
Animales de proporciones descomunales como las ballenas barbadas ingieren cantidades gigantescas de alimento. Sin embargo, su tamaño no las salva de ser un blanco para la pesca que ha ocasionado la reducción de su población hasta en un 90% para algunas especies. En ese sentido se esperaría que la cantidad de krill en las zonas de tráfico ballenero aumentaría; pero, desde mediados del siglo XX, ha disminuido. De la misma manera, los consumidores de krill, como las aves marinas y peces, han sufrido la ausencia de los crustáceos y sus gigantes devoradores.
Un nuevo estudio publicado en la revista Nature, proporciona un nuevo enfoque para analizar los efectos de la ausencia de ballenas sobre las poblaciones de krill. Tenemos que observar no la comida, sino el excremento. El colapso del krill puede deberse a que cada vez menos ballenas excretan krill digerido y rico en hierro, privando a los ecosistemas marinos de un nutriente crucial para prosperar.
«Es difícil saber qué papel juegan las ballenas en los ecosistemas sin saber cuánto están comiendo», dice Joe Roman, un ecólogo marino que no participó en la investigación. Teníamos una idea errónea sobre la ingesta de las ballenas y, este estudio «nos permitirá comprender mejor cómo su disminución ha impactado los ecosistemas oceánicos«.
Treinta mil Big Macs
La nueva investigación dirigida por Matthew Savoca ha encontrado que los misticetos (ballenas barbadas) comen tres veces más de lo que se pensaba. Y, más comida significa más excremento. La gran diferencia con las estimaciones anteriores se debe a que aquellas se basaban en disecciones de ballenas muertas. También se solía inferir las necesidades metabólicas de las ballenas en función de su tamaño. “Estos estudios fueron conjeturas fundamentadas y ninguno se realizó en ballenas vivas en la naturaleza”, señala Savoca.
Por ello, valiéndose de sensores sofisticados colocados con ventosa en la espalda de 321 individuos de siete especies de ballenas, los científicos pudieron saber tres cosas: la frecuencia de su alimentación, la cantidad de tragos que toman y cuánta comida hay en cada bocado. Asimismo, emplearon drones aéreos y un mapeo del sonar para estimar el tamaño del bocado y la densidad de krill en áreas clave de alimentación.
De esa forma llegaron a los impresionantes resultados: las ballenas comen tres veces más de lo que podríamos haber pensado. Por ejemplo, en cuanto la ballena azul los resultados muestran que puede consumir 16 toneladas métricas de krill en un día. Energéticamente, eso equivale a alrededor de 10 a 20 millones de calorías, o alrededor de 30.000 Big Macs, comenta Savoca. Pero es justo mencionar que no todos los días se dan un banquete así; mientras migran son capaces de pasar meses sin probar un solo crustáceo.
Ciclo alterado
Las ballenas barbadas no solo dan forma a los ecosistemas marinos por su papel en la cadena alimenticia sino por la cantidad de nutrientes que proporcionan con su excremento. Juegan un papel fundamental en el ciclo de nutrientes. Al alimentarse de krill rico en hierro en las profundidades y luego devolver parte de ese hierro a la superficie en forma de excremento, las ballenas ayudan a mantener este elemento crucial en la red alimentaria.
La caza excesiva de ballenas podría haber roto este ciclo de hierro. Con menos hierro en la superficie, las floraciones de fitoplancton se reducen, el número de krill cae y el ecosistema se vuelve menos productivo, explica Savoca.
Si las ballenas y el krill pudieran volver a sus números de principios de 1900, la productividad del Océano Austral aumentaría en un 11%, calculan los investigadores.
Aun así, “las ballenas no son la solución al cambio climático”, indica Savoca. «Pero la reconstrucción de las poblaciones de ballenas ayudaría un poco, y necesitamos un montón de fragmentos juntos para resolver el problema«.