Hubo un tiempo en que los perezosos no eran lentos, pequeños ni vivían colgados en los árboles. Eran gigantescos, caminaban por la tierra y dominaban el paisaje como verdaderos tanques peludos.
Uno de los más impresionantes fue el Megatherium. Medía lo mismo que un elefante asiático y tenía una lengua prensil como la de las jirafas para arrancar hojas de las copas.
Según la paleontóloga Rachel Narducci, del Museo de Historia Natural de Florida, se parecían a osos grizzly… pero cinco veces más grandes. Imposible ignorarlos.
Hoy solo quedan seis especies de perezosos. Pero antes hubo más de cien, incluyendo algunos que nadaban, otros que caminaban erguidos y unos con armaduras naturales en la piel.
Un nuevo estudio publicado en Science analizó el ADN de 403 fósiles de perezosos para entender por qué desaparecieron casi todos. El trabajo reconstruye su historia evolutiva de los últimos 35 millones de años.
Descubrieron que los tamaños de los perezosos estaban muy relacionados con el ambiente donde vivían. Los grandes eran de tierra firme, los más chicos se fueron adaptando a la vida en los árboles.
Los perezosos que vemos hoy son lentísimos. Pero eso no es un error: es su estrategia. Gastan muy poca energía, por eso sobreviven colgados, moviéndose poco y comiendo despacio.
Tienen brazos súper fuertes, estómagos diseñados para vivir boca abajo y solo bajan al suelo para hacer sus necesidades. Un riesgo que muchos no superarían.
En cambio, los antiguos perezosos terrestres, como el Megatherium o el Lestodon, eran activos y más rápidos. Su metabolismo también era más alto.
Algunos incluso tenían placas óseas en la piel, como piedritas incrustadas. Una defensa natural que compartían con sus primos, los armadillos.
Y no todo era tierra: existió un perezoso marino, el Thalassocnus, que se alimentaba de pastos marinos en la costa del Pacífico, entre los Andes y el océano.
Tenía costillas densas para flotar mejor y hocicos largos para comer bajo el agua. Como un manatí con garras.
La tendencia a hacerse enormes les ayudó a sobrevivir durante las glaciaciones. Pero hace unos 15 000 años, la mayoría desapareció de golpe.
¿La razón? No fue el clima. El estudio dice que no coincide con los cambios de temperatura de esa época.
Todo apunta a nosotros: los humanos.
Cuando llegamos a América, estas criaturas lentas y grandes se volvieron presas fáciles. Eran comida abundante, lenta y difícil de esconder.
Mientras tanto, los perezosos que vivían en árboles probablemente pasaron más desapercibidos. Eso los salvó, al menos por un tiempo.
Hoy, dos de las seis especies que sobreviven están en peligro de extinción, según la UICN. Y el patrón se repite en todo el mundo: donde llega el humano, las especies grandes desaparecen.
Así que sí, los perezosos gigantes existieron. Eran increíbles. Pero su mayor amenaza no fue el frío, ni los depredadores. Fuimos nosotros.