La edad de piedra no es una categoría científica: una rápida historia de las periodizaciones históricas

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La edad de piedra no es una categoría científica: una rápida historia de las periodizaciones históricas

Por Mario E. Fuente Cid

Hace unos doscientos años, el sistema de “las tres edades” fue una innovación en la clasificación de los materiales arqueológicos. Esta clasificación, que divide a las sociedades antiguas en edades de Piedra, Bronce y Hierro, fue propuesta por el arqueólogo danés Christian Jürgensen Thomsen. Thomsen introdujo este sistema en 1836 en su guía para la colección del Museo Nacional de Dinamarca, al darse cuenta de que los objetos de esta colección podían clasificarse cronológicamente según su materialidad. En su momento, este sistema de periodización fue revolucionario, ya que estableció una base material y criterios científicos para el estudio de las culturas arqueológicas de Dinamarca. Sin embargo, hoy en día, aunque se siga usando el término “Edad de Piedra”, este no corresponde a ninguna categoría científica. La idea de que la piedra fue reemplazada por “mejores” materiales como el metal es incorrecta o, al menos, arqueológicamente imprecisa. En principio, el término “piedra” tampoco es una categoría científica. El término más propio, desde la Geología, es el de roca.

Asociar ciertos materiales a un desarrollo cultural implica varios riesgos. La idea de “La Edad de Piedra” influye en los imaginarios, insinuando que las sociedades antiguas únicamente utilizaban materiales rocosos. Esto es impreciso. Aunque es cierto que la enorme mayoría de la evidencia de etapas antiguas son herramientas líticas, muchos otros materiales debieron usarse. Las personas de la “Edad de Piedra” debieron emplear maderas, huesos, cueros, fibras tejidas, etcétera, pero estos materiales raramente sobreviven hasta nuestros días.

Unas décadas después de Thomsen, el británico Lewis Henry Morgan propuso otro modelo, también de tres edades, para entender la “evolución cultural” de las sociedades. El estadío más primitivo, según propuso en Ancient Society (1877), es el “Salvajismo”, el cual está caracterizado, entre otras cosas, por la utilización de herramientas de piedra. Aunque en su momento los estadíos de “Salvajismo, Barbarie y Civilización” también significaron un paso importante para la conformación teórica de la Antropología, esta clasificación implica pensar que el desarrollo humano sigue una progresión lineal. Esta visión, llamada evolucionismo, fue criticada por su simplificación, ya que asume que todas las sociedades siguen el mismo camino de desarrollo y que las sociedades europeas del siglo XIX representaban el punto más alto de esta evolución.

La idea estereotipada de que las herramientas de piedra son algo retrasado no refleja el alto grado de especialización, el conocimiento de la geografía, la adaptación al medio, el desarrollo de oficios, la circulación de mercancías, los marcadores de rango y las rutas de comercio que las sociedades de la “Edad de Piedra” debieron tener. Por ejemplo, las famosas cabezas olmecas son monumentos hechos de pesadísimas rocas basálticas. Estas fueron encontradas a varios kilómetros de las canteras donde fueron extraídas. Esto implica un profundo conocimiento de las zonas de abastecimiento, de la naturaleza de los materiales y de cómo trabajarlos. Además, requiere una organización social capaz de significar estas rocas, y un sistema de creencias que permitiera plasmar, en estos monumentos, distintos significados. La capacidad de transportar estas enormes rocas desde el lugar de origen hasta donde fueron ofrendadas y exhibidas muestra una importante voluntad humana y una gran capacidad de coordinar el trabajo colectivo. Otros marcadores como la domesticación, el urbanismo, la escritura y la navegación también son relevantes. Los navegantes polinesios pudieron colonizar prácticamente todo el Océano Pacífico desde Hawaii hasta Nueva Zelanda, llegando inclusive a explorar islas subantárticas contando “únicamente” con herramientas de la “Edad de Piedra”, para mencionar un caso.

Por razones como estas, el antropólogo francés Claude Lévi-Strauss, en su obra El pensamiento salvaje (1962), propuso una forma diferente de entender las sociedades fuera del evolucionismo de Morgan. Lévi-Strauss argumentó que el pensamiento de las sociedades “primitivas” no es inferior al de las sociedades modernas. Según sus investigaciones, los pueblos considerados primitivos utilizan los recursos a su disposición para crear sistemas de conocimiento y mitologías complejas. A través de un análisis detallado de mitos, lenguajes y prácticas culturales, Lévi-Strauss demostró que el pensamiento “salvaje” sigue una lógica y estructura tan sofisticada como las de la ciencia moderna, desafiando las nociones eurocéntricas de superioridad cultural y racionalidad.

Cada sociedad es tan distinta y tan compleja que el término “Edad de Piedra” ha quedado rebasado. La tendencia actual, en cuanto a periodizaciones, es diferenciar entre paleolítico y neolítico, para el caso del Viejo Mundo. El paleolítico se refiere a los primeros estadios de la especie humana, donde se asume que la principal forma de abastecimiento era la caza, pesca y recolección. El neolítico, en cambio, se refiere al proceso de sedentarización y domesticación. Muchas de estas propuestas contemporáneas tienen su base en los postulados del arqueólogo australiano Gordon Childe y su libro Los orígenes de la civilización (1936). Aun así, conforme nueva evidencia va surgiendo y nuevas preguntas son hechas, las investigaciones han tenido que generar nuevas categorías como “mesolítico”, “paleolítico inferior”, etcétera, para ser aún más específicas en cuanto a los fenómenos encontrados.

Estas clasificaciones también varían para adaptarse a los diferentes lugares del mundo. Por esto no es científicamente correcto clasificar como “paleolíticas” a las sociedades mayas del período clásico, por referir un caso. Utilizar el término “Edad de Piedra” sin precaución implica igualar un montón de sociedades muy distintas entre sí y que vivieron en todo el planeta en momentos muy diferentes de tiempo. Significa poner en el mismo cajón a los olmecas del primer milenio antes de nuestra era, a los maoríes navegantes del siglo X o a los constructores megalíticos de Stonehenge de hace 5 mil años, bajo la premisa sesgada de que todas tenían en común el empleo de herramientas líticas.

La situación se vuelve más compleja cuando, desde la evidencia arqueológica, encontramos que las tecnologías no son reemplazadas inmediatamente por otras. Cada sociedad produce la tecnología que necesita y la adopta según estos mismos requerimientos. Los estudios sobre la difusión de la metalurgia en Europa señalan que desde sus centros de origen y desarrollo, cerca de Turquía, hasta lugares como las Islas Británicas, pudieron pasar varios milenios. La evidencia también indica que el descubrimiento de los metales no implicó una adopción rápida ni una transformación inmediata de las sociedades. Por el contrario, los materiales líticos siguieron empleándose en conjunto con las herramientas de metal, como lo han demostrado el hallazgo de minas de obsidiana que seguían siendo explotadas, en regiones donde la metalurgia tenía varios siglos de haberse adoptado.

Figura 1: Difusión de la metalurgia en Europa. Fuente: Marcel Otte, Vers la préhistoire (2007).

Los investigadores solemos usar algunas nociones de manera ambigua. Sucede mucho con la “Era del Hielo” o la “Edad de Bronce”. Hay que hacer al menos dos distinciones aquí. La primera es que algunas de estas categorías, como la “Edad de Bronce”, han trascendido al nombre y se siguen empleando por tradición académica. Aunque en un inicio se propuso esta etapa refiriendo al bronce como un indicador arqueológico, los avances en las investigaciones han señalado que no puede limitarse un material como indicador arqueológico de todo un estadio cultural. Sin embargo, como decía, siguen empleándose porque las comunidades de conocimiento han generado cierto consenso sobre su uso y significado. Entonces, cuando se refiere a la “Edad de Bronce”, ya se sabe, a grandes rasgos, a qué se están refiriendo en cuanto a tiempo y espacio.

La segunda observación es que incluso dentro de las mismas comunidades de conocimiento, se suelen emplear nociones que no son necesariamente científicas. Por ejemplo, desde la geología puede hablarse tranquilamente de “América” en una perspectiva amplia, pero a medida que las investigaciones se vuelven más complejas, es necesario usar términos más adecuados, como “placa tectónica norteamericana”. Desde esta posición, la noción de este continente no permite dar cuenta de la tectónica de placas, ya que la placa “Norteamericana” supera a América y abarca desde Siberia hasta la mitad oriental de Islandia, pasando por México, Estados Unidos y Canadá. Lo que quiero señalar, es que muchas nociones del habla cotidiana son utilizadas en la Academia sin generar mayores complicaciones, pero llega el momento en que deben hacerse las acotaciones y aclaraciones que se consideren necesarias.

Sin embargo, en el caso de la “Edad de Piedra”, hay un sesgo evolucionista muy arraigado entre el gran público que considera lo más primitivo como “atrasado” y “menos desarrollado” que lo contemporáneo. Esto se refleja en estereotipos sobre las personas de la “Edad de Piedra” como toscas, con poco intelecto y rudas. Es probable que sigamos encontrándonos el término “Edad de Piedra”, incluso en espacios académicos. Cuando esto pase hay que entenderlo de una manera amplia, casi literaria y bajo las advertencias que se han hecho en este texto. Desde mi perspectiva como profesor universitario yo aconsejaría dejar de usarlo, sobre todo por el riesgo de caer en sesgos evolucionistas.

Las personas que insisten en categorías como “Edad de Piedra” como sinónimo de atraso no lo hacen desde el debate científico arqueológico, sino desde sus prejuicios. Lo que también intento mostrar aquí es que referirse a estos periodos de la historia como algo dado puede ser insuficiente; es necesario explicar cómo surgieron estos conceptos y categorías. En otras palabras, las periodizaciones de la historia también tienen su propia historia. Estas nociones cambian y se debaten conforme nueva evidencia surge y se construyen nuevos paradigmas explicativos.

Mario E. Fuente Cid es profesor de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), México y Candidato a Doctor en Historia y Etnohistoria en esa misma institución. Estudia la metalurgia prehispánica en Mesoamérica y es tuitero de tiempo completo, donde comparte contenido sobre arqueología, historiografía y divulgación.

(mario.fuente@ enah.edu.mx)