La escena de un depredador convertido en presa quedó inmortalizada en forma de fósil justo cuando atrapó su comida hace 180 millones de años. Hoy, arqueólogos han podido reconstruir el momento e identificar a la criatura ubicada en la parte alta de la cadena alimenticia.
Las piezas del rompecabezas
Reconstruir el pasado no es una tarea sencilla, sobre todo si se trata de sucesos ocurridos en el Jurásico Inferior; pero es muy emocionante. Como sin duda lo es para Dieter Weber, un recolector de fósiles que, en 1970 encontró el fósil de un belemnite del Toarciano, escala geológica del Jurásico Inferior.
Los belemnites o belemnoideos son moluscos cefalópodos ya extintos, que lucían de una forma muy similar a las actuales sepias o calamares. Se caracterizaban por tener fuertes tentáculos equipados con ganchos para sujetar a sus presas. Así es como encontraron en Holzmaden, Alemania, a este fósil, con un crustáceo atrapado entre sus tentáculos, pero algo impidió que lo devorara.
En el 2019, el fósil fue adquirido por el Museo de Historia Natural de Stuttgart (Staatliches Museum für Naturkunde Stuttgart), donde no solo lo han sido analizado a profundidad, también fue acuñado un término técnico para describir una escena como esa. Al parecer, el cefalópodo fue herido de muerte en el momento que capturó su presa. Ambos terminaron cayendo al fondo del mar, dónde la ausencia de predadores y la quietud del paisaje permitieron que el momento quedara fosilizado.
Los investigadores sugieren el término «caída sobrante» (leftlover fall) para describir el evento de un predador dejando caer toda o parte de su comida; y, «pabulita» (pabulite) para referirse a la comida fosilizada que no llegó al tracto digestivo. Este último, según explican los autores del estudio publicado en Swiss Journal of Palaeontology, proviene de la palabra en latín pabulum que significa «comida», y la palabra griega lithos, «piedra».
El presunto implicado
Pero, ¿qué impediría al belemnite terminar con su presa? Según Christian Klug y su equipo, el cefalópodo fue probablemente asesinado por un tiburón o cocodrilo antiguo, o algún otro depredador de gran tamaño. Devorar un belemnite entero no es algo fácil, pues sus ganchos y picos duros pueden causar daño, incluso la muerte de la criatura que se atreva a comérselos. Tal parece que el depredador lo sabía bien, pues no se quedó a terminar su almuerzo. En el fósil no hay rastro de las partes blandas del calamar. Le arrancó la parte más suave de su cuerpo de un gran mordisco, y huyó.
Un fósil de tiburón, también hallado en Alemania, puede dar fe del peligro que representaban las partes duras de los cefalópodos para otras criaturas. El tiburón proveniente del Jurásico. Se lo puede observar con muchos picos de belemnites en su estómago. Los expertos afirman que la gran cantidad de las estructuras duras bloquearon su estómago, causándole la muerte.
Se sugiere que este tipo de malas experiencias con los belemnites, ocasionaron que los tiburones o cocodrilos marinos aprendieran a arrancar sólo las partes blandas y a descartar las otras, tal y como hizo el depredador que dejó caer los restos del belemnite estudiado.
Un tiburón del Jurásico Inferior, Hybodus hauffianus, es propuesto como el posible depredador que causó la muerte del cefalópodo todavía con su presa entre sus tentáculos.
Este estudio es particularmente notable porque permite conocer más sobre las interacciones entre los cefalópodos y sus depredadores vertebrados, brindándonos una pieza clave para reconstruir la historia natural de nuestro planeta.