En un estudio reciente publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), la geóloga Nadja Drabon y su equipo de la Universidad de Harvard revelan cómo el impacto de un meteorito gigante, hace 3,260 millones de años, pudo haber dado un impulso decisivo para que la vida floreciera en la Tierra. Este meteorito, hasta 200 veces más grande que el que acabó con los dinosaurios, chocó en lo que hoy conocemos como Sudáfrica. Su llegada desató un tsunami global y una densa nube de polvo que bloqueó la luz solar, creando un ambiente hostil. Sin embargo, este evento aparentemente catastrófico proporcionó elementos esenciales para que la vida microbiana no solo sobreviviera, sino que prosperara.
Drabon y su equipo examinaron sedimentos en Sudáfrica y encontraron rastros del impacto, como esférulas, pequeñas esferas de vidrio que se forman cuando el calor de un meteorito derrite las rocas. También hallaron conglomerados, rocas que se forman cuando un tsunami remueve y mezcla el lecho marino. En las capas geológicas, detectaron también restos del meteorito, una roca espacial primitiva llamada condrita carbonácea, que medía entre 37 y 58 kilómetros de diámetro.
El impacto inicial fue devastador, elevando el calor a niveles extremos y bloqueando la luz solar durante días o semanas. Esta colisión calentó tanto la atmósfera que hizo hervir las capas superficiales del océano. Pero, sorprendentemente, tras unos pocos años, la vida microbiana no solo reapareció, sino que aprovechó dos elementos clave que el impacto liberó: fósforo y hierro, ambos fundamentales para el crecimiento biológico.
El fósforo, crucial para la vida, escaseaba en los océanos de esa época. La Tierra primitiva tenía pocos continentes y apenas había erosión que pudiera llevar fósforo al mar. Sin embargo, el meteorito aportó grandes cantidades de este mineral. Además, el tsunami resultante mezcló los océanos y permitió que el hierro de las profundidades ascendiera a aguas menos profundas, donde los microbios podían absorberlo y aprovecharlo. Las rocas rojas en capas posteriores al impacto reflejan estos cambios químicos, que crearon condiciones idóneas para el crecimiento de la vida microbiana.
Esta investigación sugiere que los impactos de meteoritos, aunque destructivos, actuaron como catalizadores que potenciaron la evolución de la vida en la Tierra. En el planeta joven, donde los impactos espaciales eran frecuentes, cada colisión alteraba el entorno y abría nuevas posibilidades para que la vida se expandiera y diversificara. Así como la extinción de los dinosaurios permitió que los mamíferos se desarrollaran, estos primeros impactos pueden haber sido el impulso necesario para que los microbios evolucionaran y prosperaran en el eón Arcaico.
Drabon concluye que estos impactos dejaron tanto daños como beneficios. Los meteoritos crearon oportunidades únicas que impulsaron la adaptación y la expansión de la vida en la Tierra primitiva, y su estudio podría explicar cómo eventos de este tipo moldearon el desarrollo de la vida desde sus comienzos hace miles de millones de años.