Temerle a la oscuridad no es algo extraño, es bastante común en niños aunque también es un miedo que padecen algunos adultos. Los mecanismos tras esta respuesta de temor se ubican en dos áreas del cerebro y un reciente estudio nos ayuda a comprenderla mejor.
La conexión
La amígdala cerebral, o cuerpo amigdalino, forma parte del sistema límbico. Durante los últimos 50 años, diversos estudios han revelado que desempeña una función crucial en la generación de reacciones de miedo en distintos animales, desde las ratas hasta los monos. Justin Feinstein, investigador de la Universidad de Iowa, declaró en el 2010 que «la naturaleza del miedo es la supervivencia, y la amígdala nos permite seguir vivos al hacernos evitar situaciones, personas u objetos que ponen en peligro nuestra vida».
Las evidencias de esta colosal importancia siguen sumándose. Una última investigación publicada en PLOS ONE revela cómo la actividad cerebral en el cuerpo amigdalino cambia cuando estamos expuestos a la luz y la oscuridad. Los autores evaluaron a adultos jóvenes sanos y notaron que la exposición a la luz moderada resulta en una mayor supresión de la actividad de la amígdala que la exposición a la luz tenue.
«La conectividad funcional entre la amígdala y la corteza prefrontal mejora durante la luz en relación con la oscuridad», escribieron. Esta última región es otra zona del cerebro que está asociada con el control de nuestra sensación de miedo.
Una muestra pequeña pero relevante
En un principio, los investigadores habían realizado exámenes de resonancia magnética funcional a 24 personas; sin embargo, la data de uno ellos fue descartada así que la muestra terminó por fijarse en 23. Los participantes estuvieron expuestos a periodos de 30 segundos de iluminación tenue y moderada, así como a oscuridad, durante un total de 30 minutos aproximadamente.
Los escáneres demostraron que la iluminación moderada causa una «reducción significativa» en la actividad de la amígdala, mientras que la iluminación tenue provoca una reducción menor. Además, con las luces encendidas la conectividad funcional entre amígdala y la corteza prefrontal ventromedial fue mayor. Es decir, la luz mantenía en funcionamiento los centros de control de miedo del cerebro. Es necesario recalcar que la muestra es bastante pequeña, por eso, estudios posteriores deberán corroborar los resultados.
Los ciclos de luz y oscuridad juegan un papel importante en nuestros niveles de alerta y estados de ánimo. En el pasado se han relacionado las desconexiones entre la amígdala y la corteza prefrontal ventromedial con la ansiedad. Controlar la exposición a la luz sería una forma de abordar no solo la ansiedad y el temor a la oscuridad, sino también los trastornos depresivos.
De hecho, actualmente se utilizan tratamientos de fototerapia para tratar la depresión, aunque los científicos aún no comprendan cómo funcionan. Con el objetivo de averiguarlo, su siguiente paso será comprender de qué forma las células ganglionares de la retina perceptoras de la luz interactúan con la amígdala.
«Se requiere más trabajo para comenzar a comprender la contribución única de los fotorreceptores, tanto en los aspectos visuales como no visuales de las respuestas a la luz», señalaron los investigadores.