En situaciones de crisis, el fenómeno psicológico del efecto espectador plantea que la probabilidad de tomar la iniciativa disminuye cuando hay más personas presentes. Este concepto fue identificado por los psicólogos sociales estadounidenses John Darley y Bibb Latané en 1960, al descubrir que estudiantes universitarios varones tenían menos probabilidades de informar sobre humo cuando estaban en grupos que cuando estaban solos.
La mayoría de nosotros somos influenciados por las acciones de los demás, lo que puede resultar en una falta de respuesta durante una crisis. Esta pasividad colectiva corre el riesgo de llevarnos a un estancamiento, donde nadie percibe una situación como peligrosa o amenazante.
Dilución social
Darley y Latané plantearon que este efecto podría ser una consecuencia de la dilución social: cuanto mayor es la multitud, menor es la sensación de responsabilidad individual sobre las propias acciones.
El avance en nuestra comprensión de la psicología y la neurología nos permite reconocer la complejidad de nuestras decisiones durante una crisis. Intervenir o no está influenciado por una variedad de factores, como la naturaleza de la emergencia, la vulnerabilidad de los afectados o la cercanía a la crisis.
Investigadores de la Universidad de York y la Universidad de Toronto han explorado el impacto del cableado neurológico en el fenómeno del espectador. Su investigación sugiere que las personas con trastorno del espectro autista (TEA) podrían ser menos afectadas por las normas sociales que frenan la acción de otros en momentos críticos.
Menos influenciables
El TEA abarca una amplia gama de comportamientos y respuestas a estímulos, frecuentemente involucrados en situaciones sociales. Esta condición no solo puede dificultar la comunicación, sino también la interpretación oportuna de señales sociales.
El científico del comportamiento Lorne Hartman y su equipo se plantearon si las personas con TEA son más o menos susceptibles a este fenómeno. Para obtener respuestas, reclutaron a 67 participantes a través de redes sociales, incluyendo a 33 personas con diagnóstico confirmado de TEA mediante una prueba de cociente del espectro autista (AQ) para adultos.
Los resultados indicaron que los trabajadores con TEA eran más propensos a informar sobre prácticas ineficientes o disfuncionales en un entorno laboral, y menos propensos a sentir presión social para guardar silencio.
Hartman comenta: «Nuestro estudio revela que los empleados con autismo tienen una mayor probabilidad de intervenir si observan algo incorrecto, independientemente del número de personas presentes». Además, aquellos con TEA mostraron ser más honestos sobre la influencia de sus colegas en situaciones en las que decidían no intervenir, a diferencia de los empleados neurotípicos.