Las habilidades de los insectos son muy impresionantes; por ejemplo, son muy buenos navegando, incluso mejor que nosotros. Y es que para ellos, recordar el camino a casa es una cuestión de vida o muerte. Cómo recuerdan el camino de regreso es la pregunta que un grupo de científicos buscó responder al decidir congelar hormigas y escarabajos para estudiarlos.
Congelando cerebros diminutos
Los investigadores aprovecharon los avances en microscopía y genética para analizar cómo el cerebro de un insecto realiza un seguimiento de su dirección. Con las modernas técnicas, identificaron las células cerebrales que codifican la velocidad de un insecto mientras se mueve. El cerebro utiliza esa información para calcular la distancia del viaje, agregando constantemente su velocidad actual a su memoria durante el viaje.
«Tanto la dirección como la distancia recorrida por el insecto están codificadas por neuronas, pero, ¿cómo se almacena esto en su memoria para que puedan encontrar el camino de regreso?»
Iioannis Pisokas, Ajay Nerendra y Ayse Yilmaz-Heusinger cuentan en The Conversation que, para encontrar la respuesta decidieron, por más extraño que suene, congelar a los insectos.
Ellos explican que cuando alguien recibe anestesia olvida ciertas cosas que sucedieron antes, pero recuerda otras, dependiendo de cómo se almacenen esos recuerdos.
Como no se puede aplicar anestesia a los insectos, o sería muy complicado, lo más parecido es enfriarlos. Cuando su temperatura se reduce a la temperatura del hielo que se derrite (0ºC), la actividad eléctrica en el cerebro se detiene y los insectos entran en coma.
Si sus recuerdos de dirección y distancia se mantienen como actividad eléctrica a corto plazo, se eliminarán cuando se congelen. Por el contrario, si se almacenan en sinapsis entre neuronas, como recuerdos duraderos, se conservarán.
Plano cartesiano
Las hormigas y escarabajos del experimento fueron enfriados a 0°C durante 30 minutos y luego los regresaron a temperatura ambiente. Cuando se recuperaron, los soltaron en un lugar desconocido y observaron lo que hacían.
En general, cuando un insecto es liberado en un lugar distinto, corre en paralelo a su camino normal, y al recorrer la distancia que recuerda, busca la entrada a su casa.
Sin embargo, los investigadores descubrieron que los insectos congelados, después de recuperarse, olvidaron la distancia que debían recorrer. Es decir, empezaron a moverse en la dirección esperada pero comenzaron a buscar la entrada mucho antes de lo que debían.
Uno pensaría, lógicamente que hay una distinción clara entre la memoria a corto plazo (olvidada) y a largo plazo (preservada). Pero los especialistas creen que la mejor explicación para el fenómeno no son dos memorias separadas, sino una memoria común que codifica tanto la dirección como la distancia combinadas, y se descompone parcialmente cuando se congela.
Pisokas y sus colegas explican que, los insectos, en lugar de recordar una distancia y una dirección (o ángulo), recuerdan su posición en coordenadas x-y. Si pierden una parte de su memoria, los valores de x e y se reducirán y, suponiendo que pierden una proporción similar de memoria en ambos ejes, terminarán con una distancia más corta pero con el mismo ángulo o dirección.
En conclusión, genios de la exploración hay muchos; Fernando de Magallanes, por ejemplo, y los insectos, por supuesto.