Los microplásticos recorren cada espacio de este planeta; se han infiltrado a los largo de las cadenas alimenticias desde los niveles más bajos. En ese sentido, no debería ser una sorpresa que esa bruma plástica también recorra nuestros cuerpos.
Sin embargo, conocer que efectivamente se encuentra en el torrente sanguíneo humano, debería hacernos pensar en cuántos desperdicios sintéticos producimos.
Plásticos comunes
En el estudio, investigadores de los Países Bajos llevaron a cabo un experimento bajo condiciones de extremo cuidado para evitar que cualquier otro tipo de contaminación afecte los resultados. Ellos analizaron muestras de sangre de 22 donantes anónimos sanos en busca de rastros de polímeros sintéticos comunes de más de 700 nanómetros de ancho.
Con la ayuda de diferentes métodos para identificar la composición química y las masas de partículas, descubrieron evidencia de varias especies de plástico en 17 de las muestras.
No se encontraron los mismos polímeros en todas ellas, pero uno de los más comunes fue el tereftalato de polietileno (PET) comúnmente usado en ropa y botellas. También predominaba la presencia de polímeros de estireno, los cuales se encuentran en piezas de vehículos, alfombras y recipientes para alimentos.
Pero, ¿de qué cantidad de microplásticos estamos hablando? En promedio, se midieron 1,6 microgramos de material plástico por cada mililitro de sangre, siendo la concentración más alta un poco más de 7 microgramos.
En el artículo publicado el 24 de marzo, los autores explican que las partículas más pequeñas cercanas al límite de 700 nanómetros serían más fáciles de absorber para el cuerpo que las partículas más grandes con más de 100 micrómetros.
Problema en expansión
Aunque no sabemos con certeza los efectos de los microplásticos en nuestro sistema, los estudios en animales insinúan algunos efectos seriamente preocupantes. Y, el problema está lejos de solucionarse, por el contrario, es un problema ecológico en expansión.
Las estimaciones indican que los desechos plásticos que ingresan a nuestros océanos se duplicarán para 2040. A medida que todos esos zapatos, exfoliantes, volantes y envoltorios de golosinas desechados se descompongan, una mayor concentración de microplásticos se alojará en nuestro torrente sanguíneo de una forma u otra.
No sabemos si el daño dependerá de la concentración, pero, por lo pronto, «se advierte que los bebés y los niños pequeños son más vulnerables a la exposición a sustancias químicas y partículas».
Teniendo en cuenta el pequeño número de voluntarios, los deshechos plásticos probablemente no se filtran por completo en nuestros pulmones e intestinos.
Tampoco se sabe, aún, si los plásticos flotan libremente en el plasma o han sido engullidos por los glóbulos blancos. Cada escenario tendría ramificaciones sobre cómo se mueven las partículas y qué sistemas corporales podrían ser los más afectados.
Se necesitará mucha más investigación en grupos más grandes y diversos para mapear la propagación y acumulación de los microplásticos en los humanos, y cómo nuestro cuerpo finalmente los desecha.
De momento, solo podemos seguir encendiendo las alarmas y prestando más atención a nuestras acciones y consumo.