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El veneno de las cobras escupidoras no evolucionó para matar, sino para defenderse (quizá de nosotros)

Las serpientes tienen mala reputación entre los humanos, pero lo opuesto también podría ser cierto. Aunque para nuestros ojos sean una estrategia de agresión, sus venenos no siempre cumplen una función de ataque; a veces son defensivos. Esta razón podría explicar porqué algunos venenos son insoportablemente dolorosos.

El estudio, publicado en Science, ha encontrado un tipo único de veneno y una estrategia de envenenamiento que se desarrolló en al menos tres ocasiones diferentes.

Evolución

Las cobras escupidoras y los rinkhals son serpientes estrechamente relacionadas capaces de arrojar veneno lo suficientemente lejos como para alcanzar a un humano desprevenido. Sus efectos son desagradables. Las sustancias químicas del veneno dañan la córnea, provocando un dolor intenso y hasta ceguera.

Sin embargo, sus colmillos y la estrategia que utilizan no son precisamente convenientes para derribar a una comida rápida. Los científicos encontraron aquí una oportunidad perfecta para investigar la historia evolutiva de esta característica particularmente inusual.

Las serpientes desarrollaron por primera vez la capacidad de inyectar veneno entre 60 y 80 millones de años atrás. Desde entonces, miles de especies de la superfamilia Colubroidea han transformado la receta original y modificado sus fauces para satisfacer sus necesidades dietéticas.

Tres veces distintas

Usando fósiles como calibración, los investigadores utilizaron técnicas de datación molecular en los genomas de una serie de cobras escupidoras (Naja), rinkhals (Hemachatus haemachatus) y parientes que no escupían (Walterinnesia aegyptia y Aspidelaps scutatus).

Los resultados sugirieron que las cobras escupidoras africanas desarrollaron su habilidad entre 6,7 y 10,7 millones de años atrás. Sus parientes asiáticos siguieron su ejemplo 4 millones de años después.

Así mismo, los rinkhals debieron de haber desarrollado su habilidad desde que se separaron de otras cobras escupidoras hace más de 17 millones de años. Un análisis de sus venenos reveló que su composición tenía mucho más en común con otras escupidoras que con los parientes que no escupían (con la excepción de la receta más neurotóxica que pertenece a Naja philippinensis).

Antepasados humanos  

Los efectos de la química del veneno también se pusieron a prueba utilizando muestras de tejido vivo y nervios. Los resultados revelan que las cobras y rinkhals reutilizaron su veneno y colmillos de forma independiente, modificándolos hacia un mecanismo de defensa contra los grandes depredadores.

Los investigadores sospechan que esos depredadores pudieron ser nuestros antepasados, citando evidencia de serpientes que influyen en la neurobiología y el comportamiento de los primates.

Los humanos y los chimpancés divergieron aproximadamente al mismo tiempo que las cobras escupidoras africanas desarrollaron el rasgo. También es probable que identifiquemos serpientes potencialmente venenosas y ataquemos desde una distancia corta, ejerciendo presión evolutiva para que desarrollen esta característica.

Irónicamente, al comprender la relación evolutiva entre las toxinas y nosotros, estamos mejor posicionados para identificar los posibles mecanismos de nuevas clases de medicamentos. Por ejemplo, en Australia existe un árbol llamado Gympie-Gympie cuya toxina podría utilizarse para fabricar analgésicos.

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