Por alguna razón, durante la evolución de nuestra especie, nuestro estómago decidió que, si recibe señales de miedo o disgusto la mejor manera de prepararse será reducir su nivel pH, volviéndose súper ácido. En un momento en el que nos cuesta pensar con claridad, percibimos este cambio de pH como una sensación de malestar y de que algo terrible está por suceder.
Red gástrica
Un equipo de investigadores de la Universidad Sapienza de Roma llegó a esta conclusión sobre el ácido potente. Sus resultados, aún no revisados por pares, se encuentran en bioRxiv.
El trabajo muestra una sólida conexión entre las reacciones intestinales y la respuesta del cerebro a situaciones amenazantes. Además, refuerza los modelos que sugieren que la red gástrica juega un papel importante en las respuestas emocionales de nuestro cuerpo.
Sentir asco en la boca del estómago no es inusual. De hecho, los «mapas corporales» autoinformados de las emociones a menudo asocian las emociones negativas con el sistema gástrico. Tampoco es solo algo mental, pues los registros de la actividad eléctrica en la pared muscular del intestino también reflejan nuestras experiencias de disgusto.
Al parecer, la actividad gástrica aumenta cuando experimentamos cosas que debemos evitar, provocando una sensación de náuseas. A su vez, esta sensación se convierte en parte de la respuesta al miedo, impulsándonos a actuar.
Cada vez es más evidente que la microbiota del intestino está entrelazada con los trastornos del estado de ánimo. Sin embargo, aún no está claro cómo cambia la química en los momentos de disgusto.
El experimento
La psicóloga Giuseppina Porciello dirigió la investigación sobre el «medio endoluminal del sistema gastrointestinal (GI)» utilizando sensores ingeribles capaces de medir la acidez, la temperatura y la presión a medida que llegan al estómago.
Para los experimentos se reclutaron 31 hombres voluntarios sanos sin ningún trastorno psicológico, neurológico o digestivo conocido. Se les pidió que tragaran la «píldora inteligente», que contenía el sensor, una batería y un transmisor inalámbrico. Esta grababa desde el interior mientras los científicos iban midiendo la actividad eléctrica muscular del sistema digestivo desde el exterior, así como otras reacciones fisiológicas.
Luego, se les pidió participar en cuatro sesiones de visualización que presentaban videoclips de 9 segundos de duración seleccionados por su contenido feliz, repugnante, triste y aterrador. El contenido neutralmente emotivo también se entretejió en las sesiones para servir como control.
Al responder a los clips a través de un cuestionario, los participantes mostraron una idea de cómo se sentían subjetivamente acerca de lo que vieron. Por su parte, la píldora hacía lo suyo desde adentro.
Las sensaciones gástricas aumentaron durante las escenas de miedo, alcanzando su punto máximo mientras miraban los clips repugnantes. La respiración de igual forma se elevó durante las escenas tristes.
El sistema digestivo arrojaba más ácido estomacal a la cavidad. Mientras los voluntarios miraban los videos repugnantes, su pH gástrico descendió. Cuanto más asqueados o temerosos se sintieran, más bajo sería el pH.
Este trabajo describe las funciones del intestino cuando experimentamos emociones fuertes, y nos ayuda a desarrollar la compleja relación entre la mente y el sistema gástrico.
Además, nos permite modelar mejor tanto el funcionamiento de nuestros cuerpos en su mejor momento, como las condiciones relacionadas con los trastornos intestinales o digestivos, y medir qué tanto afecta a nuestros estados mentales.