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Cymbospondylus youngorum, el reptil marino de 17 metros que es una señal de resistencia

(Martin Sander)

(Martin Sander)

En 1998, un grupo de investigadores notó algunas vértebras fósiles sobresaliendo en las rocas de las montañas Augusta, en Nevada. Se trataba de los restos de un ictiosaurio, un gran reptil que vivió durante el triásico. Sin embargo, no fue hasta el 2015 que descubrieron su tamaño colosal. Los científicos emplearon un helicóptero para excavar por completo al ejemplar, cuyos fósiles sobrevivientes incluyen un cráneo, un hombro y un apéndice en forma de aleta. Tras la excavación, fue transportado por aire al Museo de Historia Natural de Los Ángeles donde fue analizado y, su gran tamaño puede ser una señal de esperanza para todos.

Gigantismo acelerado

El estudio de los restos sugiere que Cymbospondylus youngorum creció a tamaños gigantescos extremadamente rápido, en términos evolutivos. Estos reptiles crecieron hasta alcanzar tamaños enormes en un lapso de solo 2,5 millones de años, lo que es sorprendente para la evolución biológica. Podemos compararlo con otro gigante de los mares: las ballenas. Estos mamíferos tardaron alrededor del 90% de sus 55 millones de años de historia en alcanzar los enormes tamaños a los que evolucionaron los ictiosaurios en el primer 1% de sus 150 millones de años de historia.

«Hemos descubierto que los ictiosaurios evolucionaron el gigantismo mucho más rápido que las ballenas, en una época en la que el mundo se estaba recuperando de una extinción devastadora«, explica Lars Schmitz, profesor asociado de biología en Scripps College.

Al parecer, el saurópsido de 45 toneladas vivió en el Océano Panthalassic, un superocéano frente a la costa oeste de América del Norte. Según su tamaño y la forma de sus dientes, C. youngorum probablemente comió ictiosaurios más pequeños, pescado y quizá calamares.

Su tamaño sorprende, además, por el período en el que se desarrolló. Cuando C. youngorum vivía, un cataclismo había ocurrido 5 millones de años atrás. Se le conoce como «la Gran Muerte«, una extinción masiva que ocurrió hace 252 millones de años al final del período Pérmico. Las estimaciones indican que acabó con aproximadamente el 90% de las especies del mundo. La vida en la Tierra tardó unos 9 millones de años en recuperarse de esa extinción, pero C. youngorum ya estaba ganando un ventajoso tamaño.

Un gran banquete

No fue un milagro, por supuesto, sino que aprovecharon el alimento disponible. Entre 1 y 3 millones de años después de la extinción, hubo una explosión de diversificación de amonites y los ictiosaurios se encargaron de depredarlos, al igual que a los conodontos con forma de anguila. En contraste, las ballenas crecieron al comer productores primarios altamente productivos, como el plancton. Pero, estos microorganismos estaban ausentes en las redes tróficas de la era de los dinosaurios. Así lo ha explicado Eva Maria Griebeler, ecóloga evolutiva coautora del estudio publicado en Science.

Las ballenas, por su parte, «tomaron un camino diferente hacia el gigantismo, mucho más prolongado y no tan rápido». No obstante, ambos grupos de animales comparten algunas similitudes. Por ejemplo, hay una conexión entre el gran tamaño y la forma de cazar, como los cachalotes que se zambullen para cazar calamares gigantes. También hay una conexión entre el tamaño gigante y la pérdida de dientes, como las ballenas gigantes que se alimentan por filtración y no tienen dientes.

«Este nuevo fósil documenta de manera impresionante la rápida evolución del gigantismo en los ictiosaurios». Pero de igual forma nos muestra que, incluso en la adversidad, la vida se hace camino.

«Es un bonito rayo de esperanza y una señal de la resistencia de la vida: si las condiciones ambientales son las adecuadas, la evolución puede suceder muy rápido y la vida logra recuperarse«, dice Schmitz.

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