Un grupo de científicos ha logrado algo rarísimo: tatuar a los resistentes tardígrados. Obviamente no lo hicieron solo por diversión, sino por un fin mucho más loco.
Estos tatuajes podrían servir para crear dispositivos diminutos, como sensores biológicos, chips minúsculos o hasta robots vivientes del tamaño de una célula. Ciencia ficción en versión mini.
Lo más asombroso es que varios de estos tardígrados sobrevivieron al tatuaje, caminando luego como unos pequeños rudos con estilo. No todos aguantaron, claro.
El estudio lo publicó la revista científica Nano Letters, y podría cambiar cómo se diseñan cosas a escala microscópica.
La idea
El ingeniero óptico Ding Zhao, de la Universidad Técnica de Dinamarca, dijo que esta técnica no solo sirve con tardígrados, sino también con bacterias.
Hacer grabados o patrones en superficies microscópicas es clave en la nanotecnología. Pero hacerlo sobre seres vivos sin matarlos era un dolor de cabeza… hasta ahora.
El equipo usó una técnica llamada litografía de hielo. Suena elegante, pero es básicamente disparar un rayo de electrones con cuidado, para no freír al pobre bicho.
Normalmente, estos rayos pueden dañar superficies frágiles. Pero si pones una capa delgada de hielo entre el rayo y el objetivo, se evita el daño.
Este método puede grabar detalles tan pequeños como 20 nanómetros. Para comparar, un cabello humano mide unos 80,000 nanómetros de ancho.
Los tardígrados miden hasta 500,000 nanómetros. No se ven a simple vista, pero dentro del mundo microscópico son grandecitos.
Son conocidos por ser casi indestructibles. Cuando las cosas se ponen feas, entran en un modo llamado «tun», donde se deshidratan y casi se congelan. Así pueden aguantar calor, frío, radiación y más.
El experimento
El equipo de Zhao puso a los tardígrados en este estado «tun» antes de tatuarlos. Así podían resistir mejor el proceso.
Uno por uno, los metieron en una cámara al vacío a -143 °C. Luego les pusieron anisole (un líquido con olor a anís) encima, que se congeló como capa protectora.
Después vino el rayo de electrones. Donde pegaba, el anisole reaccionaba, creando un compuesto que se quedaba pegado al bicho, como un tatuaje.
Cuando los tardígrados se calentaban, el tatuaje seguía ahí. Algunos sobrevivieron, se rehidrataron y se movían como si nada, con sus nuevos grabados intactos.
El 40% sobrevivió. Bastante bien para una técnica nueva y algo agresiva. Además, los tatuajes aguantaban agua, estirones y hasta lavadas.
Aunque no todos los organismos podrían sobrevivir, esto abre la puerta a experimentar con otros igual de resistentes o conservables.
Los investigadores creen que esta técnica podría usarse en campos como sensores biológicos, dispositivos que imitan organismos vivos y robots microscópicos hechos de vida real.